martes, 9 de julio de 2013

Jhon Jairo Velásquez



Acabo de terminar las memorias de Jhon Jairo Velásquez, sicario de Pablo Escobar. Esperaba encontrar algún tipo de justificación del jefe del narcotráfico, pero se le describe como fue, un bandido. Me ha sorprendido la parte en que se contaba como diversos gobiernos de izquierdas decidieron en los años 80 colaborar con el tráfico de cocaína. No sé si lo hacían para hundir a la juventud estadounidense. Desde luego cobraban por cada kilo que Escobar lograba llevar a Estados Unidos.

Jhon Jairo, Popeye, no se muestra arrepentido. Después de todo, escribe que los policías y los políticos no eran mejores que los narcotraficantes. Terrible.

Por cierto, parece que Popeye saldrá de prisión dentro de poco. No quiere, pues se siente más seguro en la cárcel...


Pablo Escobar, congresista
El Patrón pone, por primera vez en su vida, un pie en el Honorable Congreso de la República de Colombia, teniendo en ese estreno un inconveniente en la puerta. La policía no lo deja ingresar sin corbata. El impasse se soluciona inmediatamente, cuando una cantidad apreciable de senadores y representantes amigos y lagartos de los que siempre hay en el Parlamento, le ofrecen diversos modelos:

—Toma la mía Pablo.

Le dice uno de ellos completamente arrodillado. Pablo sólo acepta una de sus escoltas. Allí se codea con la rancia clase política colombiana. Los oligarcas lo miran de reojo con no poca dosis de desprecio. Pero la gran mayoría de colegas, ahora le hacen antesala en su despacho, ubicado al lado del Colegio de San Bartolomé.

—Puedes contar conmigo para lo que quieras, Pablo; no dudes en llamarme...

Es la frase más escuchada por su cuerpo de seguridad, cada vez que un congresista sale de su oficina. Convierte sus hombres en escoltas oficiales. Cuando es requerido en un control policial, muestra su credencial de congresista y no tiene ningún problema. Viaja en comisiones parlamentarias al exterior. En una oportunidad lo hace a España con sus compañeros, entrevistándose con el jefe del gobierno español, Felipe González.

Me cuenta el Patrón que, en una visita a una discoteca de Madrid y bajo los efectos del licor, dos congresistas compañeros de viaje le piden cocaína para su consumo. Pablo se enoja con ellos y niega conocer la cocaína.

Daniel Ortega
Los líderes del M-19, Iván Marino Ospina y Alvaro Fayad, con quienes Pablo mantiene una estrecha amistad, le presentan aFederico Vaughan, un hombre con influencia políticas en Nicaragua, específicamente entre los sandinistas, quienes controlan el país, después de derrocar al dictador Anastasio Somoza Debayle. Federico Vaughan lleva a Escobar a Nicaragua y lo conecta con los sandinistas.

Escobar, al encontrar una mejor seguridad en Nicaragua, se establece en Managua. La amistad con Daniel Ortega le facilita inmensamente el desarrollo de sus actividades.

Raúl Castro
Con ayuda de Jorge Avendaño, apodado el Cocodrilo, el Patrón llega a Fidel Castro, en la isla de Cuba. Éste lo conecta con su hermano Raúl y así se inicia una operación de tráfico de cocaína, con destino final a la ciudad de Miami. Pablo Escobar conserva la amistad con Fidel Castro, desde su estadía en Nicaragua; nunca han hablado personalmente, pero sostienen permanente y fluida comunicación por cartas y terceras personas. La amistad se establece a través de Alvaro Fayad, el comandante del M-19, e Iván Marino Ospina.

El trato se cierra y el Cocodrilo viaja a la isla con un pasaporte falso, coordina todo en cabeza de Raúl Castro.

ETA
El Negro llega a la Hacienda, por vía terrestre, con Miguel. Lo lleva al comedor, le ordena un refresco y va por Escobar a su habitación. El Patrón no lo hace esperar y baja, frotándose las manos, como quien quiere conocer a una estrella de cine. Miguel, el terrorista de ETA, ve venir al Patrón con el Negro y se levanta de su asiento, igualmente emocionado:

—Pablo, te presento a Miguel, —los relaciona el Negro.

—Hombre, Pablo, que gusto conocerte, —dice el terrorista, con su acento español.

Se dan la mano. En ese apretón de manos está sellada la más sangrienta guerra de la historia del país. Es la llegada, a la República de Colombia, del terrorismo indiscriminado.

Comprando votos
Fueron en total 27 los constituyentes que recibieron entre 50.000 y 100.000 dólares por cabeza. En la lista figuraban, entre otros, Marco Antonio Chalita, del M-19, y Francisco Rojas Birry, en representación de los indígenas. Se entregaron un total de cinco millones de dólares para lograr incluir la no extradición dentro de la Constitución de Colombia. Hubo que asesinar a varios abogados avivatos, que nos garantizaban el voto de algunos constituyentes y luego nos enterábamos que se habían quedado con el dinero, los muy sinvergüenzas... En esta cifra se incluye el dinero que se utilizó para sacar elegidos a algunos Constituyentes, comprando votos.

No tener miedo
Popeye, cuando a uno le da miedo por todo, se muere veinte mil veces en la vida y cuando usted no es miedoso, sólo se muere el día que le toca y le da miedo una única vez. Apréndase este refrán: vendo mi vida, cambio mi vida, juego mi vida, total la tengo perdida...

Balance
El balance final de la guerra es funesto: cientos de civiles inocentes muertos; más de mil jóvenes de las comunas, muertos; jueces y magistrados, muertos; dos ministros de justicia, muertos y uno, herido; un senador, muerto; un candidato a la presidencia, muerto; un procurador, muerto; Diana Turbay, muerta; Marina Montoya, muerta; numerosos secuestros de industriales, políticos y periodistas; un avión con 107 pasajeros, dinamitado en pleno vuelo; más de 250 atentados dinamiteros, en todo el país; 540 policías, ajusticiados; 800 policías, heridos y numerosas deserciones de la institución. Incalculables pérdidas materiales. Ninguna organización criminal civil del mundo, ha enfrentado a un Estado y le ha matado 540 policías.