domingo, 12 de mayo de 2013

Cultos cargo

Profetas del culto cargo

Fue ese maravilloso libro de Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, el que me abrió el extraño mundo de los cultos cargo. Durante la guerra, el despliegue militar estadounidense asombró a los nativos de las montañas de Nueva Guinea: aviones y aviones llegaban cargados de alimentos y de todo tipo de manufacturas. Los líderes religiosos melanesios, tras ardua reflexión, llegaron a la conclusión de que aquellos eran regalos de los espíritus que estaban siendo usurpados por los extranjeros. Razonaron que, si se satisfacía a los ancestros, aquellos cargos les serían entregados. Los profetas de los cultos cargo ordenaron a sus seguidores que construyeran remedos de pistas de aterrizaje, en las que se posarían los repletos aviones pilotados por los antepasados.

Marvin Harris y otros antropólogos, empero, no hubieran necesitado ir tan lejos para analizar los estrambóticos cultos cargo. Aquí, en Andalucía, tenemos nuestro propio profeta del cargo, el inefable alcalde de Marinaleda, empeñado en considerar que su pueblo puede vivir en la más absoluta prosperidad, en la feliz gandulería edénica. Lleva lanzando sus homilías socistas y sermones lafarguianos durante los últimos treinta y cinco años y ha conseguido convertir a miles de andaluces.

La Junta de Andalucía también sigue su propio camino del cargo. Los profetas cargo de Papúa Occidental aseguraban que llegarían fábricas enteras; es lo que llevan prometiendo treinta años los primates socialistas. Los aeropuertos simulados de Melanesia han sido sustituidos aquí por empresas fantasmales alimentadas por fondos públicos, por gigantescos y vacíos polígonos industriales, por infraestructuras tan fastuosas como absurdas. Los acólitos del culto cargo ven confirmadas sus vanas esperanzas por ese incesable flujo de dinero que llega de Bruselas. Recordemos que fue una consejera y ministra socialista la que dijo aquello de que el dinero público no es de nadie; me temo que esa señora pensaba también que el dinero público se daba por hecho, como las nubes o los jaramagos. 

El culto cargo se ha extendido al resto de España. La sacerdotisa Ada Colau no deja de predicar esta religión en las televisiones progresistas. Sí se puede, afirma: se puede vivir de la subvención. Hasta Rubalcaba, que no tuvo problemas para prohibir en el Congreso el déficit disparatado, ha sufrido una caída en su camino de Sevilla y, nuevo acólito de esta grotesca religión, ha propuesto utilizar 30.000 millones de euros: asegura insensatamente que Bruselas los ha puesto a nuestra disposición.

Los melanesios adoradores del culto cargo comenzaron poco a poco a comprender que los aviones de los espíritus no llegarían jamás. Aquí, en Andalucía, se piensa que el dinero madrileño y europeo nunca cesará de fluir. En Andalucía no vivimos en esa utopía hacía la paz que anuncia la web del Ayuntamiento de Marinaleda sino en la sociotopía del cargo, herejía del despilfarro holgazán que poco a poco se va extendiendo por toda España. ¿Ese es el ejemplo del que presumen Griñán y Valderas? Ya no se trata de aquello de que inventen otros; ahora se espera que trabajen otros.


Aeropuerto construido por los melanesios en la selva

El cargo fantasma
Los nativos esperan una mejoría global en su nivel de vida. Los barcos y aviones traerán el inicio de una época totalmente nueva. Los muertos y los vivos se reunirán, el hombre blanco será expulsado o sometido, y el trabajo penoso abolido; no faltará nada. En otras palabras, la llegada del cargo marcará el inicio del cielo en la tierra.

Los misioneros y administradores gubernamentales dicen a los nativos que el trabajo duro y las máquinas hacen que las cornucopias del industrialismo liberen sus ríos de riqueza. Pero los profetas del cargo se aferran a otras teorías. Insisten en que la riqueza material de la época industrial se crea realmente en algún lugar lejano, no mediante medios naturales, sino sobrenaturales. Los misioneros, comerciantes y funcionarios del gobierno saben cómo obtener esta riqueza que se les envía en aviones o barcos; poseen el “secreto del cargo”.