domingo, 2 de septiembre de 2012

El Maquiavelo de León




En la casa donde he pasado parte del verano encontré un ejemplar casi inmaculado de este libro. Sospecho que para su dueño había sido suficiente el gesto de comprarlo. Yo lo devoré en pocas horas.

Lo vi en las papelerías cuando salió, en 2010, pero, siendo como soy admirador de Fernando II, no podía soportar que se le comparara con Zapatero: ganar dos elecciones no te convierte en un político maquiavélico.

Estos últimos años he llegado a detestar a Zapatero. Al principio, pensé que era un radical. Luego me di cuenta de que conservaba un comportamiento propio de un adolescente: no le importaba si algo estaba bien o mal, sino sólo la reacción aprobatoria de su entorno o simplemente causar sorpresa admirativa. Dejaba que su política estuviera dominada por impulsos, en algunos casos irracionales, difíciles de explicar.

El libro de García Abad me ha gustado porque describe la trastienda de la política, lo poco de lo que pueden enterarse los periodistas: los criterios que seguía Zapatero para elegir ministros y ministras, secretarios, directores de empresas públicas. Me dio por pensar que un partido como UPyD no puede permitirse el lujo de ganar unas elecciones generales: entre sus militantes y simpatizantes más activos no habría suficiente gente para llenar todos los cargos públicos.

Curiosamente, García Abad, sin saberlo, publicó su libro en el momento adecuado: unos meses antes del fatídico mayo de 2010, cuando Zapatero dejó de ser presidente de Gobierno de España y se convirtió en una especie de valí, encargado de ejecutar la política dictada por la Unión Europea: Rajoy sigue siendo un mero valí.

¿Qué se recordará de Zapatero? Su manía de colocar como ministros a personas sin capacidad, sus errores en política exterior (mantuvo buenas relaciones con Turquía, Venezuela y Cuba), su cursilería.

Fernando de Aragón, por Maquiavelo
Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de raras virtudes. Prueba de ello es Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien casi puede llamarse príncipe nuevo, pues de rey sin importancia se ha convertido en el primer monarca de la cristiandad. Sus obras, como puede comprobarlo quien las examine, han sido todas grandes, y algunas extraordinarias. En los comienzos de su reinado tomó por asalto a Granada, punto de partida de sus conquistas. Hizo la guerra cuando estaba en paz con los vecinos, y, sabiendo que nadie se opondría, distrajo con ella la atención de los nobles de Castilla, que, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios políticos, y por este medio adquirió autoridad y reputación sobre ellos y sin que ellos se diesen cuenta. Con dinero del pueblo y de la Iglesia pudo mantener sus ejércitos, a los que templó en aquella larga guerra y que tanto lo honraron después. Más tarde, para poder iniciar empresas de mayor envergadura, se entregó, sirviéndose siempre de la iglesia, a una piadosa persecución y despojó y expulsó de su reino a los marranos. No puede haber ejemplo más admirable y maravilloso. Con el mismo pretexto invadió el África, llevó a cabo la campaña de Italia y últimamente atacó a Francia, porque siempre meditó y realizó hazañas extraordinarias que provocaron el constante estupor de los súbditos y mantuvieron su pensamiento ocupado por entero en el éxito de sus aventuras. Y estas acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dio tiempo a los hombres para poder preparar con tranquilidad algo en su perjuicio.

(Parece claro que Zapatero no ha sido ningún Fernando; no creo que Maquiavelo se hubiera interesado por Zapatero, por alguien que dejó su país más pobre, más débil de lo que lo encontró.)



El machismo de Zapatero
Se comporta como en su juventud leonesa y así sigue comportándose; se le nota en numerosos detalles, como el tipo de mujeres que elige para ministras: altas, delgadas, rubias y con mechas: Teresa Fernández de la Vega, Salgado, Garmendia, Aído... Ello refleja un toque machista. Ni se le ha pasado por la cabeza nombrar como ministra a una mujer baja y gordita.

La defenestración de Caldera
Fernández de la Vega fue una apuesta personal del leonés, que quería una mujer para la vicepresidencia; pero el nombramiento tenía otra implicación, el no nombramiento del vicepresidente in péctore, Jesús Caldera, su segundo hombre, que se creía con derechos propios, que lo tomó tan mal que se pasó seis meses sin dirigir la palabra al jefe. Cuando algún compañero le incitaba a salir con más energía en defensa del Gobierno, solía contestar: "Que salgan los generales, los capitanes no tenemos que salir".

El leonés remataría la faena al cesarle como ministro de Trabajo. La forma de cesarle es una muestra de otro de sus rasgos de carácter, entre irónico y prepotente. Caldera le pide explicaciones:

-¿Por qué me cesas, José Luis?

-Por tu política inmigratoria.

-Será por la tuya.

-Por eso, Jesús, por eso.


De cómo Zapatero nos robó a Manuel Chaves
Rajoy, Artur Mas y otros dirigentes han dicho y repetido que Zapatero les ha engañado. Jordi Pujol asegura que "ha engañado primero a media humanidad, después a la otra media y finalmente a toda la humanidad". Engañar a la oposición es casi obligado, pero engañar a su propia gente está más feo. Muy feo fue el engaño a Manuel Chaves. El astuto leonés quería afrontar el cambio en Andalucía, así que necesitaba apartarlo: "Oye, Manolo, tú vas a ser el gran político del Gobierno. Vas a controlar los asuntos más delicados, los problemas territoriales, eterna pesadilla nacional. Tú estás para la gran política y no te voy a enredar con los tediosos menesteres del Ministerio de Administraciones Públicas, del coñazo de los funcionarios y todo eso. Tú, Manolo, como yo, a la gran política".

Manolo, quien a pesar de su larga experiencia política sigue conservando admirables dosis de ingenuidad, no se malicia de la letra pequeña. Y es que Zapatero no sólo le había quitado "ese coñazo de los funcionarios", sino que al tiempo le había arrebatado la potestad de nombrar y controlar a los delegados del Gobierno en las comunidades, lo que podría haber sido su gran palanca para seguir manejando las cosas en Andalucía.